Mi nariz. Siempre he odiado mi nariz.
Seamos honestos, he odiado mucho de mi cuerpo a lo largo de los años.
Mirarme en el espejo, obligarme a mirar todas las imperfecciones a las que siempre he sido sensible, no ha sido mi actividad favorita.
Entonces, un día después de perder a mi madre, me miré en el espejo y, para mi sorpresa, la vi.
Vi mi reflejo, pero el de ella también.
Fui yo, pero de repente vi menos de mis defectos y más de su belleza.
Ya no odiaba mi nariz porque también significaba odiar la de ella. En lugar de desear que fuera diferente, agradecí que fuera tal como era, un reflejo de ella.
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